ENCUENTRO CON EL ALMA DE AFRODITA
por Graciela Bonomelli
Una mirada desde los arquetipos femeninos del amor
Los dioses siempre han sido para la Mitología una gran fuente de riqueza y entusiasmo. Relevantes pintores han retratado sus enigmas y sus bonanzas, han sido inspiración de renombrados poetas y han sido manantial de los más variados mitos. El Olimpo ha sido cuna de numerosos dioses cuyas leyendas han tejido en el umbral de nuestra conciencia arquetipos, modelos, origen y patrones de comportamiento.
El amor alimenta las historias y todas ellas penetran el umbral del deseo carnal, de la belleza física y la sensualidad.
La mayoría de las leyendas sobre dioses tienen un denominador casi común; sufrieron, fueron abandonados, han sido consagrados y halagados pero también han sido castigados, sojuzgados y alejados de las fuentes del deseo más profundo e íntimo como profanadoras de la moral. Muchas tradiciones mitológicas poseen relatos en los que contrastan la admiración por el amor de muchas diosas, por ejemplo, junto a la más elevada condena.
Shinoda Bolen expresa que todo arquetipo se asocia a un don otorgado por un dios o diosa y a conflictos potenciales.
Al darnos cuenta de esto la arrogancia y en sentimiento de culpabilidad son menos probables. Y debido a que todo lo que hacemos que surgen de nuestras profundidades arquetípicas tiene sentido para nosotros, un hombre que sepa que dios o dioses actúan en él puede ser capaz de conocer que opciones o caminos es probable que le resulten más satisfactorios….
Los dioses como “arquetipos” existen en forma de patrones, reconocidos o no, que rigen las emociones y la conducta, son poderosas fuerzas que exigen su recompensa.
Concientemente reconocidos – aunque no necesariamente nombrados- y honrados por el hombre (y/o mujer) en el que moran, estos dioses ayudan al hombre a ser él mismo motivándole a hacer que su vida tenga más sentido….[1]
El arquetipo de Afrodita
Según Carl Jung todo el mundo posee tanto un inconsciente personal como colectivo. El inconsciente personal consta de materia ateniente a la experiencia del individual, mientras que el colectivo recoge la experiencia mental de toda la humanidad. La herencia común del segundo da pie a imágenes primordiales “que traen a nuestra conciencia” una vida psíquica desconocida que corresponde a un “pasado remoto”. La vida psíquica es la mente de nuestros viejos antepasados, el modo en que concebían la vida y el mundo, a los dioses y a los seres humanos. [2]
Entre esas admiradas diosas se encuentra Afrodita o Hetaria, la diosa del amor, la belleza y el deseo sexual. Afrodita representa y une a otras diosas similares que se desarrollaron en otros territorios y mitos pero que condensan tras de sí las mismas enigmáticas características y que han colaborado a construir a través de los siglos un arquetipo específico.
La Diosa Afrodita se fascina por proyectos – con una fuerte alquimia- en el que deja una gran impronta de creatividad, y cuando los termina necesita comenzar otro que le de un nuevo impulso a su obra. Como María la Judía[3] – una de las primeras alquimistas y denominada la “Eva de la alquimia”- Afrodita transforma la materia en su búsqueda de la unión con Dios. Como explica Jung- ve el Opus alquimista por un lado en el conocimiento de uno mismo, que es al mismo tiempo conocimiento de Dios, y por otro lado en la unión del cuerpo físico con la denominada «unio mentalis», la cual está formada por alma y espíritu y se produce a través del conocimiento de uno mismo…. El Proceso de Individuación, nombre dado por Jung a la tendencia innata de la psique humana a encontrar su centro, su Sí-Mismo, es un camino progresivo de autoconocimiento, de desvelamientos de las proyecciones que nuestro inconsciente personal emana de forma natural, lo que supone una recuperación consciente de tales proyecciones y, consiguientemente, un gradual mayor conocimiento de uno mismo. Y ese Proceso de Individuación conlleva igualmente ser consciente de la acción de los arquetipos en nuestra vida.[4]
En definitiva, como explica Jung, es una Longuíssima vía, no un camino recto, sino una línea sinuosa, un sendero cuya sinuosidad laberíntica no carece de espanto. [5] Poner la mirada atenta a los dioses puede abrirnos un mundo de realidades que nos sorprenden y nos pueden abrir puertas a nuestra propia personalidad y a curarnos.
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Afrodita, en su alquimia esotérica (la transmutación no de los metales sino del hombre mismo) transita por una serie de muertes y renacimientos todo el tiempo. Nace en un nuevo amor, muere en otro amor, y en cada amor renace como el ave fénix de las cenizas de su propio y profundo abandono para llegar a su centro, a su individualización, al proceso de convertirse en un todo. [6]
La idea de muerte y resurrección, por ejemplo, base de toda la operación alquímica, no representan solamente la muerte de los metales viles y su resurrección como metales nobles, sino igualmente, en la alquimia esotérica, la muerte del individuo y su resurrección como ser más perfecto, como “individuo despierto”.
La propuesta que analiza Jung , es la que me anima a escribir estas líneas y pretende incursionar en los secretos de cada mujer afrodítica, su riqueza y su diversidad, sus sombras y su reencuentro con la parte más oscura, pero también la más luminosa de su alma.
Afrodita es la diosa de la compasión, posee una visión acumulada a través del sufrimiento, la paciencia y la obtención de venganza; ella fue rechazada, abandonada y su corazón despedazado tantas veces que alcanzó proporciones asombrosas en su capacidad de amar.[7] La gran trampa de Afrodita es la histeria. Con nada se consuela, con nada se colma. Se deja tragar por ese fantasma. Su cuerpo de dolor tiene que ver con el rechazo y la herida de no ser deseada.
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El Magnetismo Alquímico de Afrodita
La Diosa Afrodita tiene un poderoso magnetismo alquímico.
En el plano estrictamente espiritual, decíamos que los alquimistas debían transmutar su propia alma antes de transmutar los metales.
Quizás por esa misma razón el esposo de Afrodita fue Hefesto, un arquitecto forjador de metales, armero, fabricantes de carruajes y artífice de todo lo que había en el Olimpo.
Ella se enamoró de la belleza de su arte y sin dudas cuando el universo pone a cada Afrodita a su Hefesto, uranio, cerrado, poco expresivo, con complejo de inferioridad y hasta aislado, también la coloca frente al camino de su propio encuentro con ella misma.
El alma de Afrodita puede desde su centro y desde su luz transformar al otro y transformarse ella misma. Sanar en ella lo que está enfermo en el otro.
Curar y curarse en un acto de compasión para con ella misma y para con los otros.
El amor para Afrodita, no es solo deseo, ni puede ser confundido por este, ni con su apego, ni con su sed, el amor de Afrodita es ser uno con el todo, unifica las almas, y es un eslabón más en la enorme cadena del Universo.
Si bien Afrodita no es definitivamente “abstracta”, cuando un hombre ve la belleza de Afrodita y se siente enigmáticamente atraído por ella, puede sentirlo así porque es la belleza de su propia alma la que alcanza a sentir la belleza, no es el otro en término material. No es el aspecto físico lo que le atrae sino las virtudes de esa alma y en ese “ver al otro” reconociéndose como un espejo de sí mismo.
El alma ve lo bello en reflejo de su propia belleza
En ese contacto de Afrodita con los otros llegan las mejores “visiones” de uno mismo y también de los otros. Una hembra que despierta lo que despierta y que no tiene que ver solo con el afuera sino con el adentro que se expresa afuera. Sentirse deseado nos da existencia y a Afrodita le sobra existencia.
Un hombre que siente a una mujer Afrodita, que se siente profundamente atraído por este tipo de mujer, aún sin conocerla demasiado, la puede reconocer no tanto por su presencia física sino porque ese mismo hombre recibió y gestó dentro de él la capacidad de sentir, de amar, de ser uno con el otro. No todo hombre puede experimentar este sentimiento. No todo hombre puede reconocer a una mujer afroditica. Solo aquellos afortunados hombres que tienen dentro de sí la semilla germinada del amor pueden sentir la necesidad de la presencia de este tipo de mujer en sus vidas.
Afrodita es la hija directa de la diosa madre universal y como tal trae a la memoria que la tierra es femenina, que ella es la parte femenina de dios, y en ese sentido, es fiel a sí misma en su encuentro con los hombres que la acercan al amor.
Todas las mujeres podemos y debemos invocar a nuestra afrodita interna, en mayor o menor medida ella habita siempre el alma de una mujer y está allí esperando para ser vivida en plenitud. Vivir la diosa o el dios que a cada uno le toca en el aprendizaje de su alma, no es una elección, es un destino imposible de eludir, es una fuerza rectora que se vive en el cuerpo y se recuerda cada día en el alma y solo es recuperada y superada cuando se la vive intensamente. Nadie debe renunciar (ni puede) a su propia naturaleza, ella que empuja desde lo más profundo del alma para ser quien es. El amor es así para Afrodita una alquímica combinación entre servicio y sabiduría.
~
[1] SHINODA BOLEN, Jean, Los Dioses de cada Hombre. Una nueva psicología masculina Ed. Kairós, España, 2002, Pág. 13 y 25.
[2] COTTERELL, Arthur, Compilador, ENCICLOPEDIA DE MITOLOGIA UNIVERSAL, Ed. Queen Streth House, Indonésia, 1999 pág. 10.
[3] Vivió en Alejandría y estableció las bases teóricas y prácticas de la alquimia. Inventó complicados aparatos de laboratorio para la destilación. El baño maría es el más conocido y se usaba entonces como se usa hoy, para calentar lentamente o mantener la temperatura constante.
[4] MEIER, Carl, Wolgang Pauli y Carl G. Jung: un intercambio epistolar, 1932-1958, Ed. Alianza Editorial.
[5] JUNG, Carl, Psicología y Alquimia, Trad. Ángel Sabrido, Ed. Plaza y Janes Editores, 1989.
[6] MOLINARI, Roberto, El Libro del Alquimista. La Alquimia, Primera Parte. http://templemexico.org/La%20Alquimia.pdf Consultado septiembre de 2010.
[7] Dinorah Machín García, Las diosas en la mujer de mediana edad, V Congreso de Psicología Jungiana, celebrado en Chile, de 4 a la 8 de septiembre de 2009.