Para exorcizar al odio
por Arkan Aylan Argan
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Hace poco regresé a una reflexión acerca del comportamiento humano que está relacionada con este y otros tiempos en los que la convivencia entre personas suele estar caracterizada por pequeñas e insignificantes diferencias que de no resolverse a tiempo, van imponiendo una honda división.
De las diferencias y la división, también se halla muy cerca la hostilidad, y con ella el riesgo de olvidar el génesis de dichas diferencias y sin embargo continuar una escalada poco propicia para alcanzar la fraternidad, grado en que la convivencia humana debería encontrarse a medida que la civilización avanza.
Pienso en la historia de la humanidad y me encuentro con la pregunta de si alguna vez el ser humano ha estado en paz, si alguna vez lo estará. En las líneas siguientes continuaré esta reflexión que comparto con ustedes, mis hermanos.
El odio humano
El origen de la agresividad
Milenios han pasado desde que el hombre reunido en tribus y clanes peleó con otros hombres reunidos en otras tribus y otros clanes por un sentido de supervivencia, que implica por un lado alimentarse y por otro, reproducirse. Hasta este punto se puede visualizar que el hombre en tanto mamífero, responde como cualquier otro elemento del reino animal: es la vida y su preservación lo que inyecta energía al impulso agresivo.
Qué es lo que ha sucedido entonces para que los métodos y las causas utilizadas sean cada vez más sofisticadas y más alejadas de lo orgánico, con miras poco claras de que este fenómeno tenga esperanza de concluir. Por el contrario, en países del llamado tercer Mundo como México, podemos ver cómo el uso de la violencia no sólo de los aparatos del estado, sino de los particulares organizados o no, se encuentra a la vista y en la cotidianidad con métodos de crueldad que van de lo invisible como ignorar la presencia de alguien, hasta las inusitadas formas de asesinato.
¿Es acaso el hombre un ser dotado de herramientas que lo hacen malvado per se? ¿Existe algún culpable? ¿Es la humanidad un elemento al que la Madre Tierra debería extinguir?
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Agresividad y crueldad
Si bien el origen de la agresividad en los mamíferos viene ligado a una condición biológica cuyo objetivo es la supervivencia, el desarrollo de la conciencia de poder y luego del poder de someter y más tarde el de acumular, han hecho de la violencia un medio y un arma poderosa.
El ser humano es consciente del poder que tiene el sometimiento en tanto genera más poder, y surge una escalada exponencial con armas cada vez más complejas. No es sólo la complejidad tecnológica, sino la sofisticación en el uso del poder de someter, y en este caso juega un papel importante la propaganda de ideas hacia el rechazo al otro1, de modo que el acceso a instigadores de violencia no es exclusiva de las clases sociales marginadas o dominantes, sino de cualquier individuo que tenga acceso a propaganda, principalmente del miedo.
Esta complejidad se basa en el uso de armas etéreas, invisibles, pero no menos poderosas para restar autonomía al “enemigo” que se encuentra frente a nosotros.
El potencial para el odio o para el amor
La Humanidad en su propia biología contiene la información de los ancestros que lograron, además de sobrevivir a los cataclismos naturales y sociales, crecer y evolucionar. El bebé que nace en el siglo XXI no tiene que empezar de cero con sus cualidades de supervivencia, pues sus antepasados ya le compartieron en su material genético, esas nuevas capacidades.
En esas capacidades del bebé actual se encuentran todas las potencias del ser humano: de amar, de aprender, de empatizar, de competir, de comprender, de someter, de clasificar y de odiar. Todas la potencias para ser estimuladas y estallar vivas y fuertes.
Qué hace pues que la agresividad biológica, esa que da la fuerza a un bebé para mamar de su madre, más tarde se pueda convertir en violencia hacia el otro o hacia sí mismo.
Qué es lo que impulsa al ser humano a violentar al que no piensa como él, por qué podemos odiar al otro, lastimarlo o matarlo. El fenómeno se va haciendo más complejo en la medida que no existe una causa material inmediata, sino que es invisible y se relaciona con el dominio, con la imposición, con el autoritarismo.
Sentido de pertenencia y odio
El poder tiene dos acepciones: una que está relacionada con la potencia de cada persona, la capacidad de alcanzar un objetivo, y otra relacionada con el dominio del otro. Para qué el ser humano necesita dominar a otros humanos: para que su potencia crezca. Quien está beneficiado con la violencia ejercida es el vencedor.
Cuando actuamos en grupo, los seres humanos nos potenciamos, condición muy favorable en espacios como en la generación de conocimiento, o en los proyectos que construyen. Pero cuando entra en acción la competencia y el deseo de vencer al otro, poco después viene también el deseo de humillar y someter, fundamentalmente cuando existe una relación de poder, aun siendo mínima o invisible, que estimula el deseo de acabar con el adversario, ficticio o real.
Si bien esa efervescencia irracional por la victoria está favorecida por nuestra condición biológica en una parte y sólo en un primer momento; más allá el complejísimo sendero continúa en el miedo al diferente, en la competencia, en el poder someter a otros, en la manipulación y cerrazón sistémica de las comunidades.
Quién gana, quién es el vencedor, a quién sirve tanta división, quién gana con una sociedad atomizada por sus ideas, por sus causas y sueños. A quién conviene que la comunidad crea que es imposible tejer fuerzas dentro de la diversidad y acudir fuertes hacia un mismo fin. A quién.
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Qué nos toca, que nos queda
Cada uno podemos plantearnos la respuesta a estas interrogantes y construir nuestras hipótesis, compartirlas con otros, con miras de cooperar en la construcción de un mundo mejor, no de competir. Puede servir como ejercicio de reconocimiento del ser humano que existe en nosotros y en el otro que está frente a cada uno de nosotros, con el propósito de crear gigantes constructores y así exorcizar la división, la polarización social, el odio y la violencia humana.
La coexistencia pacífica y el vivir en paz requieren de dos cosas: la voluntad de tomar en serio las pequeñas amenazas de violencia y un punto de vista crítico.
Este es un análisis personal, un acercamiento a la estructuración de ideas relacionadas con la violencia visible e invisible en México, América Latina y el mundo, con ánimos de dejar una semilla de reflexión en las comunidades a las que pertenezco. También es una invitación a potenciar nuestras intenciones de hacer un mundo mejor para vivir y en cada acción que se encuentre ánimo de sumar, se reconozca ese buen espíritu. Si cada quien trabaja por la justicia social, o por los derechos humanos, o por limpiar de plástico el planeta, o por el amor a los animales, o por el derecho al agua y a la vida, entonces todos estamos incluidos en la siembra de un mundo mejor. Entonces también podemos aceptarnos diferentes, acompañarnos y reconocernos en el camino como parte consciente de este todo sin miedo, al contrario: con alegría y amor.
¿Cuál es la causa por la que tú trabajas?
1 El otro, es el que no es como yo, el que no es de mi tribu, el que no piensa como yo, el malo, la amenaza para mí y para los míos. En este sentido el enemigo puede ser cualquiera.