Juliano Emperador Romano

Juliano, la última batalla del Paganismo

por Gernari Lautaro


El Emperador Juliano corresponde a ese tipo de personajes históricos que les tocó la difícil papeleta de gobernar cuando todas las cartas están ya sobre la mesa.

Este personaje vivió durante el siglo IV E.C. llegando a ser emperador por una de esas carambolas de la vida.

Fue sobrino de Constantino El Grande, que curiosamente corresponde a ese otro tipo de personajes históricos que sin merecerlo, fue ascendido a los más altos altares de la Historia como un gran benefactor de la Humanidad.

 

Constantino y la Iglesia Cristiana

Como todos sabemos, Constantino, fundador de Constantinopla, fue el emperador que oficializó en el Imperio Romano la religión cristiana.

A lo largo de los siglos la Iglesia nos ha vendido la imagen pía de este emperador, gran adscrito a la causa cristiana.

Sin embargo, estudios históricos “independientes” ven en esta adhesión un oportunismo utilizado para frenar, en la medida de lo posible, la descomposición del Imperio Romano.

Los intereses políticos, Roma y el Cristianismo

Constantino se aprovechó de la organización en diócesis de la Iglesia cristiana para sostener el Imperio, apoyando a los obispos con múltiples prebendas (como la exención del pago de impuestos, cesión de terrenos, etc.).

De manera que la entonces débil organización del Estado se sostuviera en la organización eclesiástica.

Pero no solo eso, Constantino pudo ver en el cristianismo la oportunidad de afianzar su lugar en el trono, algo que no lograron ver sus antecesores.

Siguiendo la máxima ya muy popularizada en ese entonces, de: “Como es arriba es abajo”, Constantino puedo ver en el Único Dios cristiano la oportunidad de legitimar su poder, pues así como hay un único Dios en el Cielo, así también habría un único emperador en la tierra.

 

El Cristianismo, la religión oficial del Imperio Romano

Así, Constantino abrazó (sin bautizarse) el cristianismo e hizo de él la religión oficial del Imperio.

Y aquí comenzó la carrera de la Iglesia por hacerse un hueco en el poder terrenal.

Diferentes facciones dentro de la misma Iglesia Cristiana Primitiva comenzaron luchas sin cuartel cuyo fin aparente era dilucidar la “Verdad sobre Dios”, pero ocultamente luchaban en cruentos conflictos de intereses económicos de las atractivas diócesis.

De este modo, la Iglesia pasó de ser perseguida a perseguir a los no cristianos y a perseguir a las facciones “disidentes” dentro de su propia organización.

Constantino fue parte muy activa en estos conflictos internos, haciendo y deshaciendo a su antojo.

Convocando concilios a su conveniencia, donde se condenaron las doctrinas que no le parecieron, como por ejemplo el arrianismo (tenía la costumbre de desterrar o condenar a muerte a aquellos obispos que no se afirmaban en las corrientes de pensamiento que él mismo dictaba) y en los que se “gestaron” los grandes dogmas de la religión cristiana (como la divinidad de Jesucristo o la Trinidad, inexistentes en ninguno de los supuestos libros sagrados).

Es aquí donde ese judío reformador que dijo que había venido a cumplir la ley de Moisés y que, sin embargo, años atrás había sido convertido en fundador de una religión sin saberlo, ahora se ve convertido nada menos que en Dios.

 

El Arrianismo toma el poder

Al parecer por la boca de Constantino hablaban Dios y el Espíritu Santo y se llegó a poner al nivel de los mismísimos apóstoles (y eso que no estaba bautizado).

La Iglesia se hizo la vista gorda y no se quejó de este comportamiento, no en vano, estaban forrándose en oro literalmente.

¿Era realmente el fin de Constantino conseguir la Verdad religiosa? No, Constantino luchó contra las disidencias de la Iglesia para evitar que ésta se fragmentara y con ella el Imperio Romano.

Finalmente, al llegar el momento de su muerte, decidió bautizarse, artificio considerado por muchos como la manera que permitía a los gobernantes vivir como asesinos y morir como santos, con todos los pecados perdonados.

Para colmo de su desfachatez, fue bautizado por un obispo arriano, doctrina que había perseguido enconadamente durante su mandato.

De manera que a su muerte, los proscritos arrianos se encontraron en la cumbre del poder eclesiástico, siendo la nueva directriz doctrinal de moda (¿a qué caprichos les sometieron las revelaciones divinas que se sucedían en los concilios?).

Los dos hijos de Constantino, Constante y Constancio, primos de Juliano, continuaron con una línea política tan similar a la de su padre como lo son sus nombres.

Es con ellos con los que comienza la última batalla del Monoteísmo contra el Paganismo.

 

Juliano y el Paganismo

Juliano vivió todo esto que he relatado arriba y era muy consciente del poder de la Iglesia con la que se topó de bruces cuando asumió el poder.

Sin embargo él mismo era un pagano fiel seguidor de los antiguos Dioses grecolatinos y practicante de decenas de ritos de religiones paganas que llegaron a Roma desde todos los rincones del imperio.

Así Juliano abrazó el culto a Isis, proveniente de Egipto, de la Diosa Madre de Medio Oriente, fue seguidor de Mitra y hasta de los Dioses de los pueblos bárbaros de la Europa del norte, etc.

Juliano, era fiel a la tolerante práctica Pagana de incorporar a los Dioses de los pueblos sometidos al panteón del imperio.

Era un hombre tolerante y respetuoso de la creencia en los Dioses, conocidos y desconocidos.

El diálogo epistolar sostenido entre Prisco y Libanio en las postrimerías del siglo IV E.C., años después de la muerte del emperador es muy revelador.

Ambos personajes conocieron en vida a Juliano y lo trataron muy de cerca, lo cual les permite, a medida que leen las memorias, ir comentando qué hay de cierto y de falso en ellas, así como aquellos aspectos que este obvió en las mismas, bien por olvido, bien por interés.

Libanio pretende publicar unas memorias que hagan el honor merecido a Juliano, en esos días muy denostado por su actitud crítica frente a la Iglesia. Así es como sabemos mucho más sobre quién fue este hombre.


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Restaurando el honor del Emperador Juliano

Juliano, conocido por la historia occidental como “El Apostata” ha sido vituperado por casi dos mil años.

Es hora de que los paganos occidentales y la historia basada en la ciencia, reivindiquemos a este personaje.

Fue el último pagano en occidente en tratar de recuperar el rico mundo espiritual que pronto se vería sumido en una oscuridad de casi 2000 mil años.

Juliano joven, Juliano César, Juliano Augusto, él mismo daría su vida para recuperar la Gloria y la Fama del clásico mundo antiguo que fuera conducido de la mano de los Dioses paganos y que pronto se eclipsaría hasta nuestros días.

Juliano es un joven perteneciente a la familia imperial cuyo padre ha sido asesinado por el emperador.

Este joven ama la filosofía y la cultura griega que estudia con verdadera complacencia, intentando mantenerse al margen de los acontecimientos políticos en una época en que su vida corría verdadero peligro.

Aquí la historia nos presenta al Juliano más humano que se devana los sesos en un debate interior entre la religión cristiana que le impuso su familia y las antiguas religiones que le imponen sus idolatrados pensadores griegos y la cultura del viejo Imperio.

Estos últimos serán los que salgan ganando, obligándole a prestar culto de manera oculta a los antiguos Dioses.

 

El Cristianismo copia el Culto Mitráico

De esta manera nos vemos introducidos en ritos ancestrales como los cultos mistéricos a Mitra y a Eleusis, de gran difusión en el Imperio en los momentos anteriores al advenimiento de Constantino.

Juliano ve estos ritos como verdaderos, no en vano son los que los cristianos están copiando y adaptan a su propia mitología.

Mitra, divinidad de origen persa que se remonta al año 1000 A.E.C., nació de madre virgen, un 25 de diciembre, murió y resucitó al tercer día y en sus misterios ya se practicaba la teofagia, ¿dónde he oído yo esto antes?

Esta divinidad tuvo mucha aceptación en Roma y se considera que fue el último gran rival de la religión cristiana, que astutamente la fagocitó.

Ésta es tal vez la parte más interesante de su vida, pues nos acerca mucho a lo que fue la cultura pagana del mundo antiguo en sus últimos días, y descubre las argucias del proselitismo cristiano por conseguir el mayor número de adeptos.

También podemos ver a un Juliano extremadamente aficionado a los oráculos e influenciado por sacerdotisas, hierofantes y demás iluminados, que no dudaron en pegarse a él por si un día la flauta sonara (como de hecho sonó).

 

Juliano Emperador

Por circunstancias de la política, Juliano se ve obligado a ocupar un puesto de poder debido a la desconfianza de su primo Constancio en sus colaboradores.

Así es nombrado César de Occidente y se ve obligado a dejar su futuro como eterno estudiante en su amada Asia para convertirse en guerrero en la Galia.

Esta transición, que inicialmente le causa enormes reparos, finalmente le acaba encantando, descubriéndose como un estratega nato pero, para su suerte, infravalorado por su primo.

De esta manera, cuando su primo se da cuenta de su verdadero valor, ya es demasiado tarde y Juliano ha sido nombrado Augusto por su ejército.

Constancio muere mientras se dirige a sofocar la rebelión, por lo que Juliano es nombrado legalmente Augusto legítimo de todo el imperio.

Llegado este momento, tiene en sus manos la posibilidad de cambiar la Historia del Imperio y con ella la de toda la humanidad en el futuro.

Este es el momento más crucial de la historia de occidente, pues en las manos de Juliano se encuentra la irrepetible oportunidad de regresar al helenismo o dejar que la humanidad occidental se suma en la oscuridad de la Edad Media.


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Juliano, el Paganismo y la libertad de culto 

Así decide mantener como prioridad de su recién nacido mandato, el restablecimiento del helenismo y la cultura pagana que ya se encontraba en pleno proceso de desaparición.

Entramos en la última parte de la historia de su vida, donde se describe el gobierno de Juliano, basado principalmente en la tolerancia religiosa al permitir la libertad de culto (a pesar de sus arrebatos por las malas artes de los cristianos), en su política de recortes (después de la ostentación de sus predecesores y del abuso de los obispos) y en su guerra contra Persia (donde terminó su sueño).

Es aquí donde vemos como día tras día choca frontalmente con el poder eclesiástico, muy bien instalado en la corte y reticente a abandonar su posición privilegiada en el Imperio Romano.

La tolerancia de Juliano lo llevó a integrar entre sus hombres más cercanos a cristianos importantes, como señal de la tolerancia religiosa que siempre había existido en el mundo helénico.

Este fue el más grande de sus errores, la falta de visión crítica hacia la nueva religión de cristo.

En consecuencia, Juliano fue asesinado a los 32 años por una conjura de la facción cristiana de su ejército a manos de uno de sus hombres más cercanos y fiel seguidor de cristo.

Sin embargo, una noche antes de morir tuvo un sueño que quedó grabado en la historia.

 

El sueño de Juliano

No quiero terminar este breve trabajo sin dejar de recordar, por la carga simbólica y mágica que encierra, el sueño del emperador-filósofo romano Juliano (emperador 361-363) conocido como el Apóstata. Ya que intentó recuperar para el imperio las sagradas tradiciones ancestrales que fueron traicionadas por su antecesor Constantino tras su conversión al cristianismo (a mi juicio él fue el auténtico apóstata y no Juliano).

Los cristianos mandaron cerrar los viejos templos iniciáticos, clausuraron y derrumbaron las universidades griegas y helenísticas, quemaron los centros de oratoria y sepultaron los talleres artísticos.

Bajo la protección de Constantino los seguidores de Cristo irrumpieron iracundos en el verdadero corazón de Roma: el Templo de la Diosa Vesta, donde se hallaba el fuego sagrado símbolo de la unión (el hogar) del Imperio.

Ahí ultrajaron y mataron a las seis vírgenes vestales y apagaron el fuego con más de seiscientos años de antigüedad, solo por mencionar algunas de las primeras prácticas de lo que se ha denominado como el “primer estado totalitario de la historia”: la Roma Cristiana.

La certera visión sobre el ascenso del Paganismo

Juliano, guerrero, filósofo, estratega, pensador y hábil estadista, brilló con luz propia en las decadentes postrimerías del debilitado Imperio Romano.

En sólo dos años hizo hasta lo imposible por reparar los templos, revivir y subsidiar a las universidades griegas, reconstruir los centros de oratoria, levantó nuevos y esplendidos talleres artísticos, reinstauró el culto a Vesta, y exigió tolerancia y respeto a todas las expresiones espirituales presentes en el imperio, incluido el cristianismo.

Como tantos otros después, también él ordenó a sus tropas incendiar las naves y combatió hasta la muerte para defender occidente de las invasiones extranjeras.

Pero murió muy joven asesinado por aquellos en los que había depositado toda su confianza.

La noche antes de morir, tuvo una visión que quedó grabada, pero no descifrada, en los anales de la historia, quizás a nosotros los paganos esta visión nos diga algo de nosotros mismos:

 

”…Juliano, muy triste con lágrimas en los ojos,

vio el Águila imperial de Roma, símbolo de Apolo-Júpiter, el sol reinante,

que volaba hacia Oriente y se refugiaba por casi dos milenios en las montañas más altas del mundo.

Después de ese tiempo el águila abría nuevamente los ojos para despertar,

y volvía triunfante a Occidente con un símbolo sagrado entre sus garras,

¿un Dios, una Diosa? y entonces el imperio la aclamaba…”

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Recomendamos la lectura de la novela «Juliano, el apóstata» de Gore Vidal, recomendada por historiadores al ser uno de los escritos más apegados a su historia.


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